Afirma Zygmunt
Bauman en Modernidad y Holocausto que el Holocausto fue “un inquilino legítimo
de la casa de la modernidad”. Es decir, que las prácticas sociales genocidas o
de aniquilamiento no son un accidente o una ruptura de un orden de progreso y
civilización sino que son una posibilidad inherente al sistema, que se deriva
de las grietas que generan aquellos que ejercen determinadas formas de
autonomía frente al Estado.